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La biografía de Putin que lo describe como “un matón”

“El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Vladimir Putin”, de la periodista rusa Masha Gessen, repasa los inicios del presidente de Rusia en la KGB y su aparición en la política del país durante la época postsoviética. Un libro que relata cómo se las ha arreglado Putin para mantener controlada a la sociedad rusa, y cómo ha silenciado a quienes han osado oponérsele.

(Hannah Peters/Getty Images)

Cuando la Unión Soviética se disolvió en agosto de 1991, Vladímir Putin tenía 38 años. Su carrera en el KGB, la agencia de la policía secreta soviética, había terminado (al menos oficialmente), y trabajaba para su mentor político, Anatoli Sóbchak, quien era el alcalde de su ciudad natal, Leningrado. Entonces ocurrió el fallido golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov, que precipitó la disolusión y el fin de una URSS ya condenada.

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Una vez disuelta la Unión Soviética, el presidente Boris Yeltsin intentó llevar a la Federación Rusa, heredera natural, hacia la recuperación. Pero entre que los empresarios rusos y extranjeros se aprovecharon de hacerse con los restos de la ex potencia y los malos manejos económicos, el país entró en una crisis que también fue política. Hasta que Yelstin y su equipo de asesores liberales, por recomendación de Boris Berezovski, decidieron hacer de Putin su sucesor.

¿Cómo tomaron esa decisión? ¿Por qué se fijaron en Putin, que en 1998 ya era un funcionario y director de la FSB, el nuevo nombre del KGB soviético, si no era conocido por nadie en el mundo político? ¿Cómo llegó un duro de la policía secreta a liderar Rusia? La periodista rusa Masha Gessen reconstruye la historia de Putin y la del desarrollo de su figura política en el libro “El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Vladimir Putin”.

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De demócrata a autoritario

Sin rostro porque eso era justamente lo que, de acuerdo a la autora, Berezovski, Yeltsin y su grupo de confianza, conocido como “La Familia”, necesitaban en ese momento y creían que era lo mejor para Rusia: un hombre joven, que viniera desde fuera de la clase política y que representara la renovación, la transición y el despegue de la Federación Rusa, pero que al mismo tiempo compartiera sus ideales. Que no los fuera a traicionar.

Pero según explica Gessen, Putin tenía otras aspiraciones. “Como la mayoría de los ciudadanos soviéticos de su generación, Putin no fue nunca un idealista político. No se sabe si sus padres creían en un futuro comunista para el mundo entero, en el triunfo final de la justicia para el protelariado o en los demás clichés ideológicos, que habían ido perdiendo fuerza durante la infancia de Putin; él nunca consideró siquiera su relación con aquellos ideales. (…) Como otros miembros de su generación, Putin sustituyó la creencia en el comunismo, que ya no parecía verosímil ni aún posible, por la fe en las instituciones. Su lealtad era para la KGB y para el imperio al que servía y protegía, la URSS”.

Así llegó a la presidencia a principios del año 2000, en pleno conflicto étnico con Chechenia, en el que Moscú había sufrido ataques terroristas supuestamente efectuados por extremistas chechenos. Según el libro, Putin se aprovechó del pánico para así ir suprimiendo de a poco los logros democráticos que los mismos liberales que le pusieron en el poder habían conseguido. En nombre de la seguridad nacional, comenzó una serie de transformaciones que hicieron de la Federación Rusa un estado vigilado. Así pasó de ser el joven demócrata inventado por Berezovski a un autoritario.

“Putin amaba a la Unión Soviética y amaba al KGB, y cuando tuvo poder propio y dirigió a todos los efectos el sistema financiero de la segunda ciudad del país, quiso crear un sistema que fuera igual. Sería un sistema cerrado, un sistema basado en el control total, y en especial en el control sobre el flujo de información y el flujo de dinero. Sería un sistema dispuesto a excluir la disidencia y aplastarla si hacía acto de presencia. Pero, en un aspecto, este sistema sería mejor que el KGB y que la Unión Soviética: no traicionaría a Putin”, escribe Gessen.

Putin se encargo de dejar secos a todos los multimillonarios rusos que le cuestionaron. (Marianna Massey)

Contra los millonarios

Así, la periodista repasa cómo el estado ruso, a través de empresas estatales como Gazprom, se adueñó de la mayoría de los grandes medios de comunicación, algo clave para Putin. Los medios tendrían que servir para llevar con mayor eficiencia los mensajes del gobierno a la población. Además, cuenta cómo los grandes millonarios como Vladimir Gusinski, Mijaíl Jodorowski y el mismo Boris Berezovski, entre otros, fueron amenazados y perseguidos por el régimen de Putin. Algunos fueron encarcelados sin procesos judiciales claros, otros asesinados, otros se fueron autoexiliados. Otros fueron asesinados en el exilio.

Esto, a través del uso del aparato judicial del país para cumplir la voluntad del presidente. Al igual que durante la época de la Unión Soviética, en la cual “los tribunales existían para cumplir la voluntad del jefe de Estado y aplicar el castigo que él consideraba adecuado, a quienes él consideraba que debían ser castigados”.

El libro relata también el caso del espía ex FSB Aleksandr Litvinenko, quien en 2006 fuera envenenado en Londres con polonio 210. Litvinenko había acusado a los servicios secretos rusos, principalmente a la organización para la cual trabajaba, de haber organizado los atentados en Moscú en la época en la que Putin asumiró la presidencia del país, y en los cuales se basó para llevar a cabo sus reformas. Además, aseguraba que Putin estaba detrás del asesinato de la periodista Anna Politkovskaya, acribillada a tiros en la capital rusa en octubre de ese mismo año.

“Su producción y explotación (de polonio 210) están estrictamente controladas por las autoridades nucleares federales (…). La autorización para una intervención así debía provenir del despacho del presidente. En otras palabras, Vladimir Putin ordenó la muerte de Aleksandr Litvinenko”, asegura Gessen.

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El despiste de la prensa occidental

Mientras esto pasaba, los medios occidentales aseguraban que Putin era un demócrata, por lo que asumieron que la historia de Rusia había llegado a su fin. Tanto el New York Times como el Washington Post y los principales medios de Estados Unidos se centraron en las elecciones del 2000 entre Bush y Gore, luego ocurrió el ataque a las Torres Gemelas y la lucha contra el terrorismo, y asumieron que la guerra de Rusia en Chechenia estaba en el marco de esa lucha. Putin se aprovechó de la contingencia para consolidar su poder, ser reelegido en el 2004 y luego, gobernar desde las sombras desde el 2008 hasta el 2012, cuando fue Primer Ministro.

El postulado de Gessen es que Putin nunca dejó de ser un agente del KGB, y que la FSB es un cambio de fachada tras la cual una de las policías secretas más temibles ha seguido operando, sin escrúpulos para eliminar a quienes se le opongan. Para Gessen, “la verdad sencilla y evidente es que la Rusia de Putin es un país donde muchos rivales políticos y críticos destacados son asesinados y que, al menos en algunos casos, las órdenes provienen directamente del despacho del presidente”.

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