Quince años atrás hablar de royalties presidenciales sonaría a guion de serie. Hoy es noticia: Donald Trump confirmó que Nvidia y AMD podrán vender chips de inteligencia artificial en China siempre que entreguen al gobierno de EE. UU. una comisión del 15% de esos ingresos.
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La cifra, según el propio presidente, bajó desde un 20% inicial tras “negociar un pequeño acuerdo” con Jensen Huang. Inusual, polémico y, sobre todo, millonario.
Cómo quedó el trato (y quién lo paga)
El acuerdo llega de la mano de licencias del Departamento de Comercio que reabren la puerta a envíos limitados. A cambio, cada venta de GPUs de IA a clientes chinos dejaría un 15% para el Tesoro.
El cálculo grueso que circula en Washington estima hasta 2.000 millones de dólares anuales para el Estado si el flujo de pedidos se mantiene. Para las empresas, significa vender… pero con margen recortado.
Qué chips pueden cruzar la frontera
La luz verde cubre modelos “capados” para cumplir las normas de exportación: H20 en el caso de Nvidia y MI308 en AMD. Son variantes con rendimiento y ancho de banda ajustados para no violar límites.
Aun así, el H20 llegó con ruido: autoridades chinas deslizaron inquietudes por una posible “puerta trasera”. Trump, por su parte, lo describió como “un chip viejo que China ya tiene” y abrió la puerta a permitir ventas de Blackwell si se recorta su desempeño “entre 30% y 50%”.
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Un mecanismo… rarísimo
Que un Presidente negocie una comisión directa por ventas privadas no es práctica común en comercio exterior de EE. UU.
Suma a un patrón heterodoxo: amenazas de aranceles del 100% para forzar manufactura local, la idea de partir Nvidia, el intento de un joint venture con 50% estatal para TikTok y, hace nada, la presión pública para que Intel cambie de CEO por supuestos vínculos con China.
Es geopolítica convertida en palanca de negocios, sin anestesia.
Qué significa para Nvidia, AMD… y el mapa de la IA
Para los fabricantes, el trato ofrece previsibilidad regulatoria a corto plazo, pero encarece cada contrato y complica precios frente a rivales no estadounidenses. Los clientes chinos obtienen producto, aunque de prestaciones recortadas y con riesgo de nuevas restricciones.
Para EE. UU., es caja inmediata y control granular sobre qué entra y con qué potencia. El campo de juego sigue moviéndose: hoy se vende con tijera; mañana podría cerrarse otra vez.
Lo que mirar en los próximos meses
El primer test será si los volúmenes en China justifican el peaje del 15% y si aparecen intentos de eludirlo vía terceros países. También habrá que ver si Trump formaliza un marco permanente o mantiene el sistema “caso por caso”.
Y, clave, si la administración abre la puerta a Blackwell degradado: sería negocio grande, pero reavivaría la discusión sobre cuánta potencia conviene exportar.
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El “recorte presidencial” mete una variable nueva en la ecuación de la IA: vender ya no es solo cuestión de cumplir licencias, sino de compartir ingreso con Washington.
Entre peajes, chips mutilados y amenazas de aranceles XXL, el tablero tecnológico EE. UU.–China suma otra regla no escrita: la política es, cada vez más, parte del precio.